Zaragoza.- La Constitución española de 1978 abolió la pena de muerte para tiempos de paz y en 1995 se hizo lo propio para el tiempo de guerra. Desde ese momento, la Hermandad de la Sangre de Cristo de Zaragoza (desde 1926 recoge los cadáveres de los más desamparados) dejó de acompañar a los reos que iban a morir y, con ello, que el gran cristo que les servía de paño de lágrimas en su último día de vida les atendiera.
Ahora ese símbolo de la Pasión y Muerte, que se iban turnando entre dos tallas, ha tomado una nueva función: de testigo sobre quien pesa la jefatura de esta sociedad y sobre el hermano mayordomo segundo o vicepresidente de esta Hermandad. Ambos los custodian en sus respectivas casas, siendo itinerante el de este último, ya que el cargo se renueva de forma anual.
Para su traslado se utiliza el furgón característico de esta congregación en el que se hacen los servicios de recogida de cadáveres actualmente. Ya en la vivienda de este miembro, según destaca el anterior mayordomo segundo, el abogado Rafael Ariza, se realiza “en un ambiente íntimo y familiar”, al que están invitados los 50 miembros, un acto religioso dirigido por un capellán. Durante el tiempo que ostenta el cargo permanece en ese domicilio hasta que se hace otro acto de despedida. “Aunque parezca increíble, se echa mucho de menos”, recalca Ariza.
Los ojos de este Cristo no están entreabiertos como en otras muchas figuras, aunque si lo estuvieran sus retinas hubiesen podido ver la desesperación humana antes de decir adiós a este mundo por una justicia terrenal y nada divina. Para ayudarles ahí estaba la Hermandad que, como señala Ariza, “se les acompañaba hasta que eran enterrados cristianamente”. Asimismo, se celebraba el aniversario y todas las misas al alcance de la caridad de los fieles zaragozanos, quienes eran los que costeaban esto.
Días antes de la ejecución, según reconocen los escritos que guarda la Hermandad de la Sangre de Cristo, las autoridades comunicaban al mayordomo el día elegido y éste convocaba, por medio del llamador, el capítulo extraordinario para la distribución de las diferentes tareas: las limosnas para el traslado de los restos, el pago a los niños huérfanos, el verdugo o el banquete del reo.
Cabe destacar que esto lo hacía anteriormente la iglesia de San Pablo, en el barrio conocido como “el del Gancho”. De hecho, tal y como recoge el catedrático de Historia, José Luis Gómez Úrdáñez en su estudio sobre la Hermandad de la Sangre de Cristo de Zaragoza, era esta sede eclesial la que se encargaba de ello porque en este distrito, situado a extramuros de la ciudad, se situaba la horca, donde permanecían los cadáveres colgados que servían de escarnimiento para los demás. No obstante, cuando había una gran cantidad de personas que iban a morir o el número de cofrades no era suficiente se recurría al clero.
Para hacer las últimas horas del que iba a morir más llevaderas, desde la Hermandad de la Sangre de Cristo de Zaragoza se le daba, tal y como resalta el hermano Ariza, los alimentos que ellos pidieran desde chocolate a una sopa. Un caso curioso, según destaca este abogado, es el de un reo que llegó a pedir “pollo, un puro y champagne porque la gente hablaba de eso y quería saber qué era”.
Como relata el hermano Rafael Ariza, el día de la ejecución los miembros de esta orden llevaban al patíbulo al reo (a lomos de un caballo o burro y con una túnica negra) entre cirios y tras un gran crucifijo.
Una forma que tenía variables, ya que si era un noble el patíbulo se cubría con lutos y se engalanaba la montura; o si el condenado era un miserable o el crimen era vil “el cadalso se convertía en un sórdido escenario, motivo de las chanzas morbosas de la multitud”, tal y como resalta Gómez Urdáñez.
En el caso en el que los jueces sentenciaban no sólo la muerte, sino el descuartizamiento del cadáver, los miembros de estas personas eran repartidos por diferentes zonas para que fueran vistos por la ciudadanía.
Luego, después de recibir la pena capital, los restos eran llevados a la iglesia de San Pablo para su oportuno enterramiento.
Cristo de los milagros
El Cristo que tiene el hermano mayor se conoce como “el de los milagros”, ya que en una ocasión, un reo se arrodilló delante de él y le suplicó que no muriera porque estaba arrepentido, apelando a la “misericordia divina”.
Al parecer, según el archivo que conserva esta cofradía, Jesucristo le oyó y, de repente, se prendió fuego la cárcel de San Antón al paso de la comitiva de camino al patíbulo, provocando una confusión entre los zaragozanos. Todos los miembros del séquito tuvieron que refugiarse en una iglesia, mientras el preso se abrazó a la cruz y exclamó: “Vos me habéis salvado”.
Un suceso que tuvo conocimiento el tribunal de la Audiencia Provincial de Zaragoza, concediéndole el perdón. El fuego se apagó “sin causar estrago mayor”.
Ante ello, la Hermandad de la Sangre de Cristo decidió construirle un retablo en la sacristía de la orden por no poder hacer una capilla para venerarle en un sitio fijo, pero, ante la pérdida de una talla que comenzó a usarse luego, tuvieron que volverlo a llevar a la ejecución de los reos, hasta que se acabó con la pena de muerte en España.
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