Opinión

Las emociones positivas alargan la vida

Las emociones positivas alargan la vida y previenen las enfermedades. Ésta fue una de las conclusiones de un Congreso Internacional de Inteligencia Emocional celebrado en Barcelona el pasado mes de abril y en el que yo participé. Estas conclusiones fueron expuestas por doctores en psicología y expertos en inteligencia emocional como Enrique García Fdez. Abascal o Carmelo Vázquez, catedráticos ambos, respectivamente, de las Universidades UNED y Complutense de Madrid halladas en un buen número de investigaciones propias y de especialistas de otros países.

Las emociones positivas alargan la vida y previenen las enfermedades. Ésta fue una de las conclusiones de un Congreso Internacional de Inteligencia Emocional celebrado en Barcelona el pasado mes de abril y en el que yo participé. Estas conclusiones fueron expuestas por doctores en psicología y expertos en inteligencia emocional como Enrique García Fdez. Abascal o Carmelo Vázquez, catedráticos ambos, respectivamente,  de las Universidades UNED y Complutense de Madrid, halladas en un buen número de investigaciones propias y de especialistas de otros países.

El primero de ellos relató un conjunto de investigaciones que prueban que, a partir de los 55 años, las personas que desarrollan emociones positivas por encima de la media alargan su vida, ya que tienen menos enfermedades y presentan un estilo de vida más saludable con alimentación equilibrada, ejercicio físico frecuente, actividad constante, etc. Además, son personas que suelen ayudar a los demás a través de organizaciones tipo ONG y, sobre todo, se muestran optimistas y alegres la mayor parte del tiempo. El segundo, el profesor Carmelo Vázquez, nos presentó una investigación que probaba que las personas que desarrollan emociones positivas como la alegría, la amistad, la actividad orientada a conseguir determinadas tareas, relaciones sociales frecuentes, etc., disminuyen en un 34% la probabilidad de fallecer. Asimismo, indicaba este profesor que la probabilidad de coger una gripe aumentaba de 61 a 76 puntos entre las personas menos positivas.

Las emociones pueden ser agrupadas en dos bloques, nos decían: negativas y positivas. Las emociones negativas como la ira, el miedo, el asco, la tristeza son propias de los animales y han sido desarrolladas por estos como elementos de supervivencia. Así, la gacela que siente miedo huye del tigre, el perro que nota asco por algo no lo come, o el león desarrolla su agresividad en un combate con el leopardo. Las emociones negativas están orientadas a salvar y conservar la vida. Estas emociones negativas las tenemos también los humanos y nos ayudan a conservar la vida como el miedo al ruido de un coche que nos puede atropellar, o el asco que sentimos ante un alimento que nos hace dudar de su salubridad. Estas emociones responden a nuestro sentido de supervivencia y diríamos que nos vienen de serie cuando nacemos. Por eso, son más primitivas, son más generalizadas, son más iguales y no necesitan ser entrenadas. Sin embargo, estas emociones negativas fuera de control producen un efecto contrario, ya que aumentan la tasa de cortisol en sangre y ello hace que tengamos un aumento de la tensión  sanguínea y del ritmo cardíaco con lo que aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Además, deprime nuestro sistema inmunológico, lo que nos hace estar indefensos frente a muchas enfermedades, aumentando, por todo ello, nuestro riesgo prematuro de muerte.

Las emociones positivas básicas, en cambio, son muy pocas, prácticamente se reducen a la alegría. Su finalidad no es la supervivencia, sino el desarrollo del ser humano. De esa emoción primitiva surgen otras emociones más complejas, los sentimientos positivos. Estos son muy diferentes para cada uno de nosotros y, encima, tenemos que aprenderlos a diversificar a lo largo de la vida.  De este modo, de los estados de alegría del bebé pasamos a aprender otras emociones como la empatía que se consigue en los primeros meses a través de la sonrisa, o el cariño, la amistad, en la primera infancia, y más tarde, la tolerancia, la cooperación o el altruismo en nuestra juventud. Todos estos sentimientos nacen de esa única emoción infantil y serán los que nos prevengan de las enfermedades, ya que, al contrario que las emociones y sentimientos negativos, las emociones y sentimientos positivos generan dopamina, oxitocina y otros neurotransmisores que además de darnos un sentimiento de felicidad refuerzan nuestro sistema inmunológico y nos previenen de enfermedades alargando la vida de quienes las poseen.

La conclusión de estas ideas es muy fácil de obtener. Las emociones negativas tienen un sentido adaptativo, sirven para la supervivencia; así, si no tuviéramos miedo, por ejemplo, probablemente ya no estaríamos vivos; sin embargo, las emociones negativas que no tienen sentido, por ejemplo una situación de estrés por temor a perder el puesto de trabajo, en lugar de ayudar a la supervivencia van en su contra facilitando la adquisición de enfermedades. Por otro lado, las emociones positivas son más difíciles de generar que las negativas. Pensemos, por ejemplo, en el rencor cuando nos hacen algo que nos ha molestado mucho. Es instantáneo y, además, muy duradero. En cambio, los sentimientos positivos, como el agradecimiento, nos cuesta desarrollarlos y suelen durar poco tiempo.  Por ello, si queremos tener una mejor salud tendremos que esforzarnos en desarrollar sentimientos positivos como la alegría, el optimismo, la motivación por hacer cosas nuevas, la empatía, la amistad, la colaboración, el agradecimiento… Estas emociones, estos sentimientos positivos nos ayudarán a vivir muchos años, con pocas enfermedades y, además, muy felices.  En definitiva, podemos afirmar según las más recientes investigaciones, el optimismo y el cariño son garantía de salud. Ah! Y de felicidad también.