Opinión

Un paso más frente a los macrobotellones

Hace unos días salieron a la calle los vecinos de la zona de Moncasi y adyacentes para visibilizar la degradación del entorno en el que viven. Con cubos de agua, espátulas, brochas y pintura sanearon la “plaza” central del barrio, testigo silencioso de los efectos negativos de la acumulación de bares durante más de 30 años.

Hace unos días salieron a la calle los vecinos de la zona de Moncasi y adyacentes para visibilizar la degradación del entorno en el que viven. Con cubos de agua, espátulas, brochas y pintura sanearon la “plaza” central del barrio, testigo silencioso de los efectos negativos de la acumulación de bares durante más de 30 años.

En este tiempo los vecinos han vivido momentos malos, otros peores y alguna temporada de relativa calma. En cualquier caso, la contaminación acústica y la degradación del entorno siempre han estado presentes en su día a día como un mantra que se repite sin cesar. Desde que este problema empezó a echar raíces profundas se pusieron al frente batallando sin desmayo para mejorar su calidad de vida. Algunos dirigentes vecinales llegaron, incluso, a convertirse en eminencias en el tema de ruidos.

La declaración de zonas saturadas, la crisis, las modas... Todo ello contribuyó a que se fueran cerrando bares al tiempo que se creaba una concienciación social que no existía. Así fue como la incomprensible sensación de que el derecho al ocio debía estar por encima del derecho al descanso fue cambiando y, en la actualidad, no hay dudas al respecto: la razón está de parte de los vecinos.

Sin embargo, la realidad a día de hoy es que sigue habiendo lagunas. Sobre todo, a la hora de aplicar las leyes. La legislación actual tiene suficientes recovecos como para aprovecharse de ellos y actuar con total impunidad. Durante los últimos dos años, los vecinos de esta zona lo han vuelto a vivir en sus carnes y ese ha sido el principal motivo por el que la asociación de vecinos y comerciantes La Huerva ha retomado con fuerza su actividad. Recientemente, tras decenas de denuncias por ruidos, aforos, horarios, peleas o por carecer de seguros de responsabilidad civil, se ha conseguido el cierre de algunos establecimientos, pero cuesta tiempo, mucho tiempo. Hasta 10 meses.

Y mientras esa lucha diaria persiste, a algunos mal llamados hosteleros les cuesta poco hacer un uso fraudulento de la figura de la declaración responsable para abrir un negocio de ocio nocturno en una zona saturada como esta. Es tan fácil como ir a Urbanismo y pedir una licencia de bar/cafetería sin música con un horario de seis de la tarde a una y media de la mañana. Lo que sucede luego es que ese local abre a las diez de la noche para vender alcohol durante cuatro horas. Como no puede poner música y tiene un aforo limitado, para que el negocio sea rentable vendiendo litronas o cubatas a mitad de precio de mercado necesita muchos clientes, que solo consigue animando a la gente a salir a la calle a beber. Ya tenemos el botellón y el efecto llamada. A día de hoy, este es el problema más grave, una situación que se recrudece con la llegada del buen tiempo.

El momento actual es crucial porque exige tomar medidas. Si no se hace puede producirse un rebrote de malos hosteleros que se animen a abrir más negocios parecidos y esto es inadmisible. En los últimos meses se han endurecido las sanciones, se ha incrementado la presencia policial y se ha agilizado la tramitación de expedientes que se acumulaban en Urbanismo, pero hay que dar un paso más: encontrar la fórmula para sancionar e impedir el consumo de alcohol en la calle y de esta forma acabar con los botellones. Ese será el paso decisivo para resolver el problema.