Opinión

La historia interminable

Muchos adultos recordamos que de niños, tratando de saber quiénes éramos y dónde estábamos, escribíamos en una hoja de papel nuestro nombre seguido del de nuestra calle, número, tal vez escalera, piso, barrio, ciudad, país, continente europeo, planeta Tierra, sistema solar… Pero enseguida sentíamos que esa lista era tan imponente como breve, pues solo faltaban dos términos para completarla: Vía Láctea y universo.

Muchos adultos recordamos que de niños, tratando de saber quiénes éramos y dónde estábamos, escribíamos en una hoja de papel nuestro nombre seguido del de nuestra calle, número, tal vez escalera, piso, barrio, ciudad, país, continente europeo, planeta Tierra, sistema solar… Pero enseguida sentíamos que esa lista era tan imponente como breve, pues solo faltaban dos términos para completarla: Vía Láctea y universo.

¿Y el universo dónde está?, nos preguntábamos. Qué sensación de vértigo nos producía el deseo de responder a esa pregunta, tanto que dejó abierta para siempre la puerta que nos condujo a la primera experiencia del abismo, pues el universo estaba envuelto por el vacío, por la Nada.

Hace mucho tiempo, una niña, alumna brillante, me preguntó si había alguna diferencia entre “el mundo” y “el universo”, más allá de que el mundo es el planeta que habitamos. Para salir del trance glosé algunas citas de mi admirado Borges, como que la “máquina del universo” es harto compleja para la simplicidad de los hombres o que, como el mundo de Alonso Quijano, “nuestro mundo” está construido por los libros leídos y las películas vistas, tanto o más que por los recuerdos vividos. Y así es, ya que nuestros recuerdos, ensoñaciones y fantasías pertenecen a ese mundo nuestro, mientras que el universo no es más que una parte de él, el ámbito de estudio de las ciencias naturales. No es posible conocer éste si no despegamos desde una plataforma de lanzamiento construida en aquél.

Michael Ende en "La historia interminable" explica muy bien la diferencia. El mundo de la imaginación y la fantasía del protagonista, el niño Bastian, vive amenazado continuamente por la Nada. Según Ende, ese combate sucede en nuestra imaginación, en nuestra mente. Más allá, la Nada trata de socavar todas nuestras fantasías.

Que los adultos dejen de soñar es un drama, pero impedir que los niños lo hagan es una tragedia. Esta hecatombe se pone en marcha, dijo Víctor Hugo, no solo cuando los gobernantes dejan de cumplir con su deber, sino también cuando los gobernados lo consienten. He aquí una muestra de culpable solidaridad. Hay en nuestro país muchos niños viviendo en el umbral de la pobreza. Garantizar sus libertades no es suficiente, si antes no garantizamos su existencia.