Opinión

Impotencia

Si consultamos este término en el diccionario, encontraremos dos acepciones básicamente: la fisiológica, referida a la disfunción eréctil de los varones, y la sociológica o conductual, que afecta a un amplio espectro de personas independientemente de su edad, condición y sexo. Dejando de lado la primera acepción, sufren de impotencia la mayoría de las personas inteligentes que están atentas a la realidad.

Si consultamos este término en el diccionario, encontraremos dos acepciones básicamente: la fisiológica, referida a la disfunción eréctil de los varones, y la sociológica o conductual, que afecta a un amplio espectro de personas independientemente de su edad, condición y sexo.

Dejando de lado la primera acepción, sufren de impotencia la mayoría de las personas inteligentes que están atentas a la realidad. La apertura informativa de las últimas décadas –a veces más en cantidad que en calidad– hace que un montón de cuestiones, anteriormente ocultas o difusas, estén hoy presentes en nuestra vida diaria. En muchas ocasiones se trata de asuntos que nos afectan, pero sobre los que no tenemos jurisdicción ni posibilidades de actuar. La lista es larga, y cada cual puede ampliarla desde su perspectiva, pero hay algunos temas que nos afectan a todos negativamente sin que podamos hacer nada para mejorarlos o modificarlos.

Uno es el cambio climático. Nadie duda ya sensatamente de que estamos en un proceso de deterioro medioambiental. No se trata de los ciclos recurrentes que han tenido lugar a lo largo de la historia, porque en ninguna época anterior se produjo una contaminación de la biosfera del calibre de la que hoy padecemos. Asistimos impotentes a este drama sin la posibilidad de influir en las decisiones de los altos mandatarios del mundo para quienes el problema parece inexistente, o al menos lejano, a juzgar por sus posturas continuistas.

Un asunto que afecta a muchísimos elementos de nuestra vida es la estrategia productiva de la obsolescencia programada. Desde los electrodomésticos hasta los útiles de trabajo, pasando por multitud de artículos de uso frecuente, nos encontramos con que la duración es limitada por interés de los fabricantes y no de los usuarios. La obsolescencia también afecta a elementos como el vestido y el calzado, sujetos a modas tiránicas que los dejan en desuso por el simple hecho de haber sido fabricados hace un año o dos. Esto repercute en la economía familiar. Muchas personas se sienten impotentes ante este fenómeno pero no tienen otro remedio que aceptarlo, para no pasar por "antiguas" y mantener la "imagen" en la sociedad de consumo.

Desde todas las instancias políticas se habla últimamente de la transparencia, sólo últimamente. Es un concepto nuevo al que no estábamos acostumbrados, pero que aceptamos por evidente y racional. Sin embargo, la opacidad informativa, la existencia de personas y temas que son tabú contradice esa propuesta, lo que provoca frustración e impotencia en quienes han creído que las cosas habían cambiado radicalmente.
 
La impotencia también se proyecta sobre la situación política del país, que no acaba de cuajar. Sabemos que no es lo mismo predicar que dar trigo. Pero nos sigue disgustando que lo que se promete no se cumpla, casi de forma sistemática, y que a veces se haga exactamente lo contrario. Ejemplos abundantes están en la mente de cualquier persona avisada. De la decepción se pasa a la impotencia porque se sabe que sería posible el cumplimiento de las promesas, pero no ocurre así.

Descendiendo a temas más cotidianos, nos sentimos impotentes ante la falta de civismo de quienes sistemáticamente violan las normas básicas del tráfico rodado. Con excesiva frecuencia nos tropezamos con la trasgresión de las limitaciones establecidas por los expertos. El riesgo por activa y por pasiva lo encontramos proyectado en la estadística de accidentes mortales, que cada año supera el millar en nuestro país. Un nuevo elemento de impotencia. Y seguiríamos contando.