Opinión

Carrera a velocidad

Este verano – a finales del curso escolar – en el Paseo Sagasta, una chica de unos dieciocho años iba corriendo a velocidad y venía de frente hacia mí, yo me retiré hacia la derecha para dejarla pasar; ella sin dejar de correr me dio las gracias. Tenía prisa porque – ese día – coincidía con la fiesta de la celebración de la terminación del bachiller superior.

Este verano – a finales del curso escolar – en el Paseo Sagasta, una chica de unos dieciocho años iba corriendo a velocidad y venía de frente hacia mí, yo me retiré hacia la derecha para dejarla pasar; ella sin dejar de correr, me dio las gracias. Tenía prisa porque – ese día – coincidía con la fiesta de la celebración de la terminación del Bachiller superior. Lo llamativo era que corría a toda velocidad descalza, llevaba sus zapatos de plataforma uno en cada mano y sus zancadas sonaban cuando golpeaba contra el suelo. Fortaleza y poderío desplegaba su juventud. Ojalá esa vitalidad extraordinaria que demostraba corriendo sirviera para detener los atropellos sociales y fortalecer la democracia: cada día más debilitada por el quehacer político y sindical que han contribuido a construir el escenario actual pletórico de desafíos y de incumplimientos constitucionales.

Correr a velocidad lo hace esta realidad desvirtuada. Necesitamos avanzar sin prisa, pero sin pausa.

Seguía en el Paseo Sagasta y unos cien metros más adelante – en dirección a Torrero – había una chica joven sentada en unas escaleras con su móvil, haciéndose un selfie y probando una y mil maneras de colocar su rostro y labios para encontrar aquella foto que mejor quedase para enviar a la ¿Red? Es la juventud y es el futuro.

Seguía mi paseo y observaba el tráfico rodado en las aceras, cada día más convencido de la necesidad de intensificar la información y la formación y la insistencia del mutuo respeto; así como la necesidad de una regulación del tráfico rodado en las aceras.

A pesar de la operación asfalto veraniega -¿insuficiente?-, existe una gran dejadez que se observa en el deterioro de las calzadas y de las aceras; una realidad nada halagüeña para una gran ciudad que propugna un modelo progresista de calidad, poniendo énfasis en el medio ambiente y trabajando ¿es verdad?, día a día, para conseguir una movilidad sostenible.

Por mi lado pasa otra joven con su teléfono móvil aparentemente de última generación, y se le escucha en su comunicación: ¡Sorpréndeme! Cada día que uno vive queda sorprendido por las noticias que dan, por el comportamiento de la clase política y los dirigentes mediocres que mandan a nivel mundial.

“España, reconozcámoslo, es una nación que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, mediocridad deseada, anhelada, sin rodeos y sin rubor por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano o programas similares”.