Opinión

Buenos consejos

Bien lo saben los políticos, en el día de hoy gente habitualmente mediocre, pero amiga de acercarse al sol que más calienta. Y, hablando de políticos, Rajoy bien podría ser lector de Kipling, que dejó escrito algo así como que la mitad de las dificultades se resuelven solas y la otra mitad no tiene solución.

Un viejo cantable de “La Mascotta” enuncia:
“En la batalla estar detrás
mientras pelean los demás;
en la victoria estar al frente...
¡es conveniente!”

Bien lo saben los políticos, en el día de hoy gente habitualmente mediocre, pero amiga de acercarse al sol que más calienta. Y, hablando de políticos, Rajoy bien podría ser lector de Kipling, que dejó escrito algo así como que la mitad de las dificultades se resuelven solas y la otra mitad no tiene solución. Ante la última que enfrentó y no pudo superar, siguió el dictamen de una buena amiga mía: “¡Qué triste es todo, menos beber!”. Mejor le hubiera ido, si hubiese seguido otro buen consejo: “Sin fuerza no puede sustentarse ningún ideal ni siquiera la libertad”. Una cosa es el abuso y otra el usar la fuerza contra los que se saltan las leyes pero el cauto gallego tuvo “más miedo que las monjas”, como escribió el Arcipreste.

Los consejos que más aprecio son los que recomiendan la risa. Reírse en general, reírse de los demás y de ti mismo, por supuesto. Reírse de uno mismo es recomendable, incluso si te mortifican el codo, el oído o las almorranas, cosa de mucho doler, por lo visto. Nietzsche consideraba la risa como propia de un tipo superior de humanidad y en la revista “Selecciones del Reader’sDigest”, que en mi niñez aparecía por todos los sitios, había una sección cuyo título ya me atraía: “La risa, remedio infalible”.

Aunque algunos periodistas piensan que no es elegante inmiscuir lo personal en sus artículos, al menos desde Larra, otros creemos lo contrario. Digo esto porque admiro a los vagos pero, lamentablemente, no lo soy. Lo que no quiere decir que ponga el trabajo por delante de los placeres sino que procuro buscar trabajos que constituyan un placer.

Así que finalizaré con el buen consejo que un padre de familia impartió a sus hijos antes de morir, recomendándoles que huyeran a toda costa del trabajo entre comidas.