Opinión

Salud, dinero y jamón

Se diría que la felicidad tiene alas, y sin embargo casi nunca vuela hacia donde queremos pues, según algunas estadísticas, menos de una cuarta parte de quienes se hacen millonarios gracias a los juegos de azar, seguirán siendo millonarios. El resto, en torno al 80%, se arruinarán.

Se diría que la felicidad tiene alas, y sin embargo casi nunca vuela hacia donde queremos pues, según algunas estadísticas, menos de una cuarta parte de quienes se hacen millonarios gracias a los juegos de azar, seguirán siendo millonarios. El resto, en torno al 80%, se arruinarán.

Se cuenta que a un tipo listo le preguntaron: “Oye, tipo listo, ¿qué te hace falta para ser inmensamente feliz. El tipo listo, que no era pobre, respondió que sería inmensamente feliz si de hoy a mañana se despertara insultantemente rico. Quien preguntaba al tipo listo (imagine, amable lector, que fuéramos usted o yo) advirtió que los más grandes sabios de la antigüedad coincidieron en que el dinero no da la felicidad. A lo que el tipo listo respondió: “¿Bien, de acuerdo, pero cuando la pasta es gansa y es mucha, ¿quién en su sano juicio piensa en la felicidad?”

El concepto de felicidad es así de volátil, tan volátil que, aunque todos queramos alcanzarla, cuando pensamos en ella, apenas logramos saber lo que en verdad deseamos para atraparla. Seguramente porque la felicidad no es un medio (como el dinero) sino un fin. La felicidad es un fin en sí mismo, porque a quien anhela ser rico, de inmediato le preguntaríamos: “¿Y para qué quieres el dinero?” Pregunta que no nos haríamos si nuestra aspiración fuera la felicidad.

En la película Tiburón, de Spielberg, el oceanógrafo interpretado por Richard Dreyfuss, les explica a sus dos compañeros de viaje las aspiraciones del escualo con estas tres palabras: comer, aparearse y dormir. Tal vez en eso consiste la felicidad para los tiburones. ¿Y para los cerdos, con perdón? Un cerdo no tiene los dientes temibles del tiburón, no se comporta en la granja como miembro de una manada y no es temido por nadie. Tanto es así que un filósofo italiano escribió un libro en el que aparece un cerdo convencido de que alcanzará el paraíso de los cerdos tan pronto como crea que su mayor logro será convertirse en jamón.

Resumiendo. Un poeta español del siglo XIX ya dejó dicho: “Si quieres ser feliz como me dices, no analices muchacho, no analices.” El poeta, catalán, se apellidaba Bartrina.