Opinión

Las dos Españas, ¿mito o realidad?

Rumbo a las elecciones del 28-A, José Luis Soro, presidente de CHA, expresó la obligación de coalicionarse con el PSOE-Aragón para movilizar el voto de la izquierda, por la excepcional amenaza de la extrema derecha en gobernar España. A tal tenor, Javier Lambán, presidente autonómico y secretario general del partido socialista aragonés, declinó dicha propuesta. ¿Regresa un nostálgico frente electoral (o quizá guerracivilista popular) que siente el ávido deseo de contener, una vez más, a quienes no piensan igual?

Si analizamos los años 30 del siglo pasado, se revela una izquierda que no quería convivir con quienes discrepaban de sus postulados ideológicos, haciendo todo lo posible por expulsar del escenario político a la derecha democráticamente constituida. Hoy, como entonces, se divisa un panorama análogo, alejado de aquel “consenso” convenido en virtud de la Constitución del 78. Cuarenta años de tránsito constitucional, no han podido o no han sabido aislar aquellos fantasmas del pasado que devoran las entrañas izquierdistas amputando la razón y ofreciendo resistencia al sentido común.

La ciudadanía está saturada de ver cómo sus representantes políticos, con sus cachorros, “delfines” y toda suerte de satélites adheridos, soslayan aquellos proyectos que son vitales para el buen funcionamiento del país. El debate parlamentario se centra en unos circunloquios tan revanchistas como estériles, y en evidenciar un afán ilimitado de protagonismo lleno de egoísmo y vanidad. Quizá una buena dosis de humildad y de espíritu de servicio a la colectividad sirvieran como cauterio en beneficio de la nación, del bien común y del interés general, dando soluciones concretas a problemas tangibles.

La juventud actual nació en el seno de nuestra Constitución, la que al parecer aún no ha cerrado heridas de tiempos pasados. La izquierda española del S.XXI anima contumazmente al rencor, a la confrontación y a la animadversión. La dictadura de los expertos que lo saben todo, los subterfugios nihilistas, las estadísticas maquilladas, las estrategias de partido huérfanas de contenido programático, se orientan únicamente a la destrucción del adversario, creando un victimismo social que nos transporta a una psicodemocracia llena de sensiblería, olvidando al elector.

Así las cosas, la izquierda oprime la autenticidad de la política transformando el ámbito de la libertad en un entorno totalitario, intolerante y fanático. Sin embargo, las propuestas conservadoras diseñan un programa coherente con la dimensión social, pues son conocedoras de la naturaleza humana y de sus necesidades, siendo escrupulosamente respetuosas con el ser libre. Pero la estafa progresista, bajo el embaucador término del “consenso” tilda siempre de ultraderechistas a quienes no quieren tragar con sus aciagas premisas.

La actual crisis política, económica y social no es más que una crisis de las personas,  carentes de principios rectores y de valores que han sido sacudidos por un ansia desmedida de poder. Esta coyuntura pide a gritos la reactivación de la valía de quienes con entrega y generosidad desean la prosperidad y el bienestar de su territorio. Qué oscuros intereses urde la izquierda española para alejar del curso político aquellos asuntos que inciden de lleno en el pueblo, tales como ayudas a la maternidad, a las familias numerosas, a mejorar la sanidad reduciendo listas de espera, asegurar las pensiones, apoyar al autónomo, reducir trabas administrativas, pagar menos impuestos, educar en libertad, gestionar eficientemente los recursos…

La izquierda resentida continúa polarizando a España, sí, no suelta sedal, faltando al respeto de quienes quieren vivir en paz y llegar a fin de mes. A estos aprendices de convivencia les falta una profusa madurez democrática. No son conscientes, o no quieren serlo, de que existe un elenco de derechos y libertades que no pueden asediar, como tampoco pueden sitiar a un legítimo conservadurismo emergente que puede arrollar, si los electores lo consideran oportuno, en las próximas elecciones. Faltaría más.

El miedo a hundirse el “sombrajo” bajo el cual mensualmente reciben pingües honorarios, en demasiados casos inmerecidos, les hace invocar día tras día la sombra siniestra del ultraderechismo. Esperemos que tanto el 26-M como el 28-A traigan una España alejada del frentepopulismo, para que no se nos pueda helar nunca más nuestro afrentado corazón.