JOSÉ MANUEL PÉREZ LATORRE

Nos han derrotado Luis, quieren paralizar las obras. Esto es inaudito.

Así de contrito se manifestaba el señor arquitecto, autor del proyecto del Auditórium en mi despacho de la Gerencia de Urbanismo una mañana lluviosa. “¿Qué esperabas José Manuel, que nos aplaudiesen? Esto es Zaragoza y no Berlín”. Cuando yo le respondía intentando animarle, por el rabillo del ojo veía la portada de un periódico regional donde un grupo de ciudadanos ejemplares quemaban una maqueta del edificio en avanzada construcción. Sobran los comentarios.

Recurro a mi admirado Italo Calvino, y más concretamente a su obra “Las ciudades invisibles”, para presentarles a mi santo de turno. Calvino, en su capítulo “Las ciudades y la memoria”, narra cómo es su Zaira imaginaria. Nos habla de cuántos peldaños tienen sus calles, de qué tipo son los arcos de sus soportales, y profetiza: “Explicárselos a algunos, es como no decirles nada”. Algo así le ocurre al señor arquitecto cuando explica su obra en nuestra ciudad. A muchos, quizá a demasiados, es como no decirles nada.

José Manuel es un alborotador y le gusta que así le reconozcan, aunque él lo niega. Lleva en su gastada cartera de cuero un grabado de San Lamberto donde posa con la cabeza en la mano. Estoy convencido de que le gusta la postura de, en este caso santo varón decapitado y, aunque no se ve sin ella, reconoce el porte en su postura. A mi santo le gustaría construir todas las ciudades invisibles. Sí, sí, aunque fuesen invisibles, sólo para disfrute de él y de sus amigos. En ello está.

Lo conocí cuando el entonces Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo (MOPU) le encargó algo más que la restauración del Teatro Principal. Como concejal de Cultura viví con él su trabajo. No sólo diseñó el nuevo teatro, sino que hizo de investigador del hasta entonces vetusto edificio. Esto último recordando sus años de profesor en la Escuela de Arquitectura de Barcelona.

José Manuel ocupa muchos espacios en la distancia corta. Tiene fama de adusto, incluso algunos lo tildan de antipático; nada más alejado de la realidad. De risa fácil y sonora, buen contador de chistes, no necesita alcohol para animarse, “¡me anima la compañía!” –exclama-. Jorge Gay, Miguel Ángel Tapia y el arquitecto profesor son la compañía perfecta para una buena sobremesa. Amigos, créanme, la felicidad está asegurada aunque no es obligatorio que se lo crean.

Posdata: Tus ciudades invisibles son cada día más visibles. Te amo Pérez.