Tres años y medio al frente de un Real Zaragoza con más sombras que luces

La marcha de Eduardo Bandrés de la presidencia del Real Zaragoza cierra un capítulo en la era de Agapito Iglesias como dueño del club blanquillo. Durante 42 meses, Bandrés fue el rostro público de una entidad deportiva que anhelaba nuevos triunfos y que en estos momentos se encuentra, nuevamente, en el abismo del descenso.

Zaragoza.- "Estamos en un momento difícil. Espero que hayamos tocado fondo. Vamos a pensar. Tenemos unos días, pero nunca se debe anticipar mucho después de un partido. Lo que hay que hacer es pensar mucho esta Navidad, desde luego yo lo voy a hacer". Así se expresaba Eduardo Bandrés tras la humillante derrota encajada por el Real Zaragoza (6-0) en el Santiago Bernabéu. Once días más tarde la reflexión le ha llevado a dimitir de su cargo.

Obviamente, la goleada ante el Real Madrid no ha sido la causa fundamental de su decisión, sino el empujón que necesitaba para hacerlo. La crisis deportiva prolongada, la mala situación financiera y su escaso protagonismo en las decisiones del consejo de administración han propiciado su marcha después de tres años y seis meses en el cargo ejecutivo.

Eduardo Bandrés Moliné, nacido en Erla (Zaragoza) en 1957, aceptó en junio de 2006 la oferta que le lanzó Agapito Iglesias para presidir el Real Zaragoza tras la venta de acciones del anterior propietario y presidente, Alfonso Soláns. Su decisión provocó entonces una convulsión política ya que Bandrés renunciaba nada menos que a ser consejero de Economía y Hacienda del Gobierno de Aragón, un puesto que había ocupado durante dos legislaturas.

En la primera temporada de su cargo, el Real Zaragoza terminó la Liga en la sexta posición, lo que significó el regreso del equipo a la Copa de la UEFA. Coincidió ese logro con la conmemoración del 75 aniversario del club, en la que Bandrés tuvo un destacado protagonismo organizador.

En su segunda temporada, una mala planificación deportiva llevó al equipo a la eliminación en la Copa de la UEFA ante el Aris de Salónica y a la dolorosa vuelta a la Segunda División después de un desfile de cuatro entrenadores en la misma campaña. Bandrés llegó a presentar su dimisión a Agapito Iglesias, según reveló, pero se mantuvo finalmente en el cargo.

Las desavenencias con el exentrenador Víctor Fernández, la tensión con el jugador argentino D´Alessandro y las carencias defensivas del equipo, entre otras cuestiones, precipitaron al equipo hacia el abismo.

El apoyo de la afición de la directiva ha caído en picado en los últimos meses

La afición empieza a cuestionar

Paralelamente al desastre deportivo, la crisis financiera se destapó como uno de los problemas más graves, ya que el club incrementaba su deuda de forma alarmante. Pese a ello, en la siguiente temporada el equipo consiguió el ascenso en segundo lugar y la deuda sólo aumentó en unos dos millones, lo que significaba un total de 73 millones de euros de déficit.

Pero la división entre la afición y el club comenzó a producirse incluso antes, cuando se presentó el nuevo escudo del Real Zaragoza, cuya estética rompía con la tradición. Los seguidores zaragocistas se cuestionaban ya quién era realmente el que llevaba las riendas de la Sociedad Anónima Deportiva, puesto que Iglesias aparecía como el verdadero impulsor de las decisiones.

Mientras la dirección deportiva se incrementaba, tras la dimisión de Miguel Pardeza, con los fichajes de Ernesto Bello, Antonio Prieto y Gerhard Poschner, la afición lamentaba la venta de jugadores como Diego Milito o Alberto Zapater, cuyos huecos se cubrían con jugadores menos relevantes.

El episodio más decisivo para entender la dimisión de Bandrés se produjo en las últimas semanas, después de que el exentrenador Marcelino García Toral anunciara públicamente que se sentía sentenciado. Pocos días después se producía su destitución y las explicaciones de Eduardo Bandrés contrastaron con las de Marcelino. El presidente no salió bien parado.

Tras la goleada en Madrid, Eduardo Bandrés ya dejó entrever cuál era su destino, que se ha cumplido el 30 de diciembre. Suele ser el destino habitual de los presidentes tras no cumplir los objetivos que se han marcado.