A pie juntillas con Sigena y el Estatuto de Aragón

El Estatuto de Aragón dice expresamente: “Los poderes públicos aragoneses promoverán la conservación, conocimiento y difusión del patrimonio cultural, histórico y artístico de la Comunidad, su recuperación y enriquecimiento”.

El Estatuto de Aragón dice expresamente: “Los poderes públicos aragoneses promoverán la conservación, conocimiento y difusión del patrimonio cultural, histórico y artístico de la Comunidad, su recuperación y enriquecimiento”.

Un mandato que se queda en una declaración de intenciones, tal y como señalaron los cuatro magistrados del Tribunal Constitucional que votaron particularmente en una sentencia que ratificaba la legalidad de la venta de los bienes del Monasterio de Sigena a Cataluña. Para los jueces recuperar el patrimonio aragonés que esté fuera del territorio tiene como límite constitucional el que los bienes no se encuentren fuera del ámbito de la Carta Magna. Algo que demuestra que la previsión del Estatuto aragonés deviene vacía.

Conscientes de ello, el Gobierno que preside Luisa Fernanda Rudi no recurrirá el fallo del Constitucional y ya ha ordenado a los servicios jurídicos de la Diputación General de Aragón que estudien la anulación del contrato de compra de las obras artísticas, amparándose en la Unesco y en su doctrina, que habla de la indivisibilidad de un bien mueble e inmueble cuando forman un conjunto patrimonial.

Una vía posible, después de que este pueblo no se creyera o no le dejaran creerse hasta el 20 de abril de 2007 que es una nacionalidad histórica, más de lo que puedan ser Cataluña, País Vasco o Galicia, desde la creación del Reino de Aragón. 

La Autonomía consiguió incorporar disposiciones que profundizan y perfeccionan en el autogobierno, el Derecho Foral y en la identificación de sus libertades, pero no en la identidad de un Aragón que reparte su patrimonio por una Cataluña capaz de llamar a una calle “Corona Catalanoaragonesa”, que nunca existió.

La sentencia del Constitucional ha llegado trece años y medio tarde, no dejando en buen lugar a Aragón, pero como dice el refranero: “No hay mal que bien no venga”. Por ello, se debe dejar el complejo de inferioridad y sí sacar pecho de lo que fue esta tierra. Sólo así se evitará que otros se apropien de algo que les hubiese gustado ser.